viernes, 17 de abril de 2009

¿Perdonar o no perdonar?

¿Perdonar o no perdonar?


En el Nuevo Testamento, Jesús enseña una lección sobre el perdón:

Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete?
Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.
Mateo 18:21-2

Y, sin embargo, mientras el Dios del Nuevo Testamento nos insta a perdonar a los que pecan contra nosotros, el Dios del Antiguo testamento no se compadece de ellos ni una sola vez. Un ejemplo es la caída del edén: a pesar de que Dios podría haber perdonado a Adán y Eva por una transgresión de lo mas insignificante (comer una fruta, después de todo, a duras penas es un crimen en sí mismo). Su reacción fue completamente contraria a lo que más tarde pregonaría en el N.T: expulsar a la pareja original del paraíso y condenarlos a ellos -y a todos sus descendientes- a una vida de trabajo duro marcada con la muerte y el sufrimiento.


Otro ejemplo de la falta de misericordia del Dios del A.T lo podemos ver en su respuesta a un censo realizado por David:

"Después que David hubo censado al pueblo, le pesó en su corazón; y dijo David a Jehová: Yo he pecado gravemente por haber hecho esto; mas ahora, oh Jehová, te ruego que quites el pecado de tu siervo, porque yo he hecho muy neciamente.
Y por la mañana, cuando David se hubo levantado, vino palabra de Jehová al profeta Gad, vidente de David, diciendo: Ve y di a David: Así ha dicho Jehová: Tres cosas te ofrezco; tú escogerás una de ellas, para que yo la haga. Vino, pues, Gad a David, y se lo hizo saber, y le dijo: ¿Quieres que te vengan siete años de hambre en tu tierra? ¿o que huyas tres meses delante de tus enemigos y que ellos te persigan? ¿o que tres días haya peste en tu tierra? Piensa ahora, y mira qué responderé al que me ha enviado. Entonces David dijo a Gad: En grande angustia estoy; caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas, mas no caiga yo en manos de hombres. Y Jehová envió la peste sobre Israel desde la mañana hasta el tiempo señalado; y murieron del pueblo, desde Dan hasta Beerseba, setenta mil hombres.". - 2 Samuel 24:10-15

Si bien David había cometido un pecado (y, de nuevo, no se trata de algo intrínsecamente nocivo para nadie, es sólo un pecado porque no le gustó a Dios), rápidamente cayo en cuenta de su error, se arrepintió y rogó por el perdón de Dios. ¿Respondió Dios mostrando misericordia? En absoluto. En cambio, prefirió ignorar patentemente las disculpas de David y enviar una peste que terminó acabando con la vida de 70.000 personas inocentes. ¿Y este es el Dios que nos ordena perdonar setenta veces siete?

Como un último ejemplo, considere el episodio de la mujer adultera en el nuevo testamento. Todo el mundo conoce la historia registrada en Juan 8:3-11: Una mujer adúltera es capturada "en flagrancia", los "malévolos" maestros de la ley y los "siniestros" fariseos se la llevan a Jesús para ponerlo a prueba... ¿La apedreamos como manda la Ley? le preguntan con el fin de ponerlo en aprietos: Si Jesús dice que no, lo acusan de violar la Ley de Moisés. Si dice que sí, estaría en contra de sus enseñanzas de amor y perdón y lo señalarían como hipócrita. La respuesta memorable de Jesús es que el que esté libre de pecado tire la primera piedra. Silencio... Todos se van uno a uno. Jesús, en un juego retórico preguntando a la mujer por sus acusadores, le dice que tampoco la condena, que no vuelva a pecar.


Si bien esta es, sin duda, una encomiable actitud de misericordia, el pensador crítico no puede evitar preguntarse porque Jesús decidió salvar a la mujer de una ley que el mismo había decretado tiempo atrás. Si estar libre de pecado era una condición necesaria para apedrear a las personas que rompieran la ley de Moisés, ¿por qué a Dios se le olvido mencionarlo en el Antiguo Testamento, cuando estableció la norma en su versión original? A Dios al parecer le importaba muy poco el historial de aquellos que apedrearon a Acán hijo de Zera (Josué 7:24-25) o de las personas a las que ordenó apedrear un hombre capturado recogiendo palos en el Sábado (Números 15:36). Tampoco parecía importarle cuando decretó que la lapidación era un castigo apropiado para la blasfemia (Levítico 24:16) y la desobediencia (Deuteronomio 21:18-21), y en definitiva, en ninguna de las ocasiones en el que el Dios del AT manda a apedrear a alguien recuerda añadir una clausula diciendo que solo quienes estén libres de pecado pueden lanzar la primera piedra. Quien crea que el Antiguo y el Nuevo Testamento describen un mismo Dios debe creer que fue el mismo Jesús quien instruyó a los israelitas apedrear a un hombre que recogía palos el sábado (rompiendo, por ende, uno de los Diez Mandamientos), pero luego cambió de parecer y evito sin más la lapidación de una mujer… ¡que también había roto uno de los Diez Mandamientos!


La contradicción es patente. Cuando Jesús nos insta a amar a nuestros enemigos, el Dios del A.T nos insta a odiarlos, maldecirlos y destruirlos. Cuando Jesús responde al pecado con actitudes de perdón y misericordia, el Dios del Antiguo Testamento lo hace con ira y destrucción. Cuando Jesús nos invita a orar por aquellos que nos odian, el Dios del Antiguo Testamento lo prohíbe rotundamente. Cualquier humano que se comportara de una manera tan incoherente sería diagnosticado con trastorno mental, pues reconocemos que las personas mentalmente sanas no cambian sus principios de comportamiento de un momento a otro. ¿Por qué habríamos de aplicar a Dios un estándar diferente?

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