El antropólogo, docente y ex rector de la Universidad Nacional de Cuyo Luis Triviño se sorprende cuando este periodista lo increpa: «Estoy muy enojado con su libro, Triviño». Quizá supone que quien le habla es un creyente religioso herido por la insolencia de su publicación. «Dígame por qué», pide entonces, poniendo el pecho. «Porque quería ser el primero en publicar en Mendoza un libro sobre ateísmo», responde quien esto firma.
La broma le cae bien al siempre afable y respetuoso Triviño, porque sirve de prueba de algo que comienza a generalizarse: la aparición, en especial en Inglaterra y los Estados Unidos, de libros que critican a la religión y que han obtenido una enorme resonancia. Su propio aporte, titulado El ateísmo (editorial Diógenes) será presentado mañana [lunes 1 de diciembre de 2008] a las 20.30, en la Caja de Salud. «Ya no se puede ocultar más la crítica religiosa. Se ha generalizado la conciencia de que no hay explicación posible para lo que aseveran las religiones», anota el pensador.
–Cuénteme sobre su libro El ateísmo, y sobre el subtítulo: «a partir de la sagradas escrituras de las religiones reveladas», que parece acotar estrictamente el enfoque.
–El subtítulo ubica más bien la fuente de la reflexión. Es un libro pequeño, de unas 100 páginas. El primer capítulo es una suerte de breve autobiografía ideológica. Parto de que fui criado en la religión católica, y cómo a través de los años y los estudios adopté esta postura atea. Después comienzo con las críticas a las distintas religiones. Tomo al judaísmo y los textos de la conquista de la Tierra Prometida, donde se pone de manifiesto un Dios terriblemente sanguinario, que manda a matar, a asesinar. Luego al cristianismo: hablo por ejemplo del Dios trinitario, que es terriblemente sanguinario, porque el Padre de la Trinidad admite que su hijo sufra y muera para alabar la majestad de Dios. Y eso que dejo de lado las cruzadas y la Inquisición. Después analizo el tercer paso del monoteísmo, que es el del Corán. Allí analizo duramente, siempre documentado, cómo es un Dios cruel, cómo es el infierno que pinta y promete al pecador. Luego hay un estudio del Popol Vuh, porque nuestros precolombinos tampoco se quedaron atrás en plantear un dios sanguinario y cruel. Sigo con las contradicciones estrafalarias del Hare Krishna y termino con una crítica del mormonismo.
–¿Esto no significa oponer a la existencia de un dios la existencia del mal, como se ha hecho de manera clásica?
–Claro. El tema común a las religiones es encontrar fuera de la realidad concreta, en una entidad espiritual (que se ha inventado), la explicación del mal.
–El libro tiene una dedicatoria muy especial que, seguro, sorprenderá a muchos.
–Se lo dedico a Jorge Contreras (cura párroco mendocino), por una razón sencilla: la amistad. Con él trabajamos juntos en el desierto y la cárcel, más allá de toda diferencia ideológica. Le comenté a él hace dos meses sobre este libro. Y me dijo: «me parece que puede ser un trabajo para la reflexión y el diálogo». Por eso decidí dedicarle este libro antirreligioso y ateo. Estaba en prensa cuando él murió. Pero además a Baruch Spinoza. Él adoptó posturas críticas respecto del pensamiento judío de la época y lo excomulgaron. En El ateísmo cito parte del texto de excomunión.
–¿Cómo se coteja la inexistencia de Dios?
–En el capítulo final, planteo la alternativa «teísmo laico vs. ateísmo». Hago crítica muy rápida a los intentos del «teísmo laico» y planteo el por qué del ateísmo, pensando qué tipo de Dios podríamos concebir racionalmente: el dios deísta no nos sirve de nada, y otro que crea las cosas pero sigue su providencia, y allí aparecen las barbaridades, las catástrofes, muertes, y el concepto biológico esencial al tema del comercio entre las especies, inherente a la vida. Si un Dios creó la vida la creó con esa inherencia. Un Dios que concibe una realidad y es providente, es racional y éticamente inconcebible. Para mí el ateísmo está demostrado. Por los instrumentos racionales, éticos y empíricos, lo único que nos queda por pensar es que no existe Dios. El universo, la materia, la energía, son inherentes a sí mismos. Han tenido su evolución, pero sin ningún elemento extramaterial. Es inconcebible.
–Los libros sobre ateísmo y las críticas a las religiones mayoritarias están viviendo un especial auge, sobre todo desde autores de lengua inglesa. ¿A qué cree se deba esto?
–No lo sé muy bien. En cuanto a mí, no pretendía hacer una «antropología del ateísmo». Que hay predominio inglés está claro, y con mencionar sólo a Bertrand Russell eso está claro. Pero la crítica a las religiones comenzó hace siglos. Por ejemplo, cuando Copérnico propone el heliocentrismo echa por tierra al geocentrismo de Ptolomeo. Eso hablaba de que una afirmación de la Biblia era falsa, nada menos. Las creencias religiosas, en especial de la tradición judeo cristiana, se empeñaron a dar explicaciones disparatadas para tratar de compatibilizar ese «error cometido por Dios». Pero el golpe de gracia fue la teoría de la evolución. Por algo el papa Juan Pablo II tuvo que reconocer que el cuerpo humano proviene por evolución de animales, pero en algún momento Dios «puso un alma». Sin embargo, eso es como querer unir el agua con el aceite. Ése para mí fue el gran reconocimiento de que la explicación científica era superior a la explicación religiosa. Por eso últimamente han surgido todos estos temas: ya no se puede ocultar más la crítica religiosa. No se trata de un Voltaire suelto, ni un Spinoza. Actualmente es una conciencia generalizada de que no hay explicación religiosa posible.
–¿Cómo definiría su propio ateísmo y cuándo empezó a reconocerse como ateo?
–Lo señalo en las primeras páginas. Aunque fue un proceso que me resulta muy difícil de narrar. La cosa empezó como una actitud de escepticismo, que es la posición más «livianita». Después vino endurecida por un agnosticismo. Hasta que llegué después de fuertes análisis a la decisión de que no hay nada fuera de la realidad material. Ahí vino entonces el ateísmo. En mi caso fue un proceso paulatino.
–¿A qué se «enfrenta» especialmente un ateo argentino?
–A las estructuras eclesiásticas, sin dudas. Recuerdo cuando apareció La puta de Babilonia [de Fernando Vallejo], una revista muy leída hizo un comentario muy breve que finalizaba diciendo: «creyentes, abstenerse». Me parece que el subsconciente le decía que los creyentes iban a reaccionar de manera negativa. No hace mucho, Dawkins dijo que a medida que la ciencia avanza, queda menos espacio para el concepto de Dios. Un obispo de Mendoza, Sergio Buenanueva (obispo auxiliar), dijo que el pensamiento científico permite o no a Dios sólo desde el punto de vista que se adopte. Para mí eso no era correcto: los hechos hablan de que no hay Dios.
–Aquí sin embargo debo romper una lanza a favor de Buenanueva, porque a pesar de todo hay varios científicos de gran calibre y que también son religiosos...
–Sí, claro. Que cada científico adopte la posición que se le ocurra, pero cuando se van poniendo de manifiesto los hechos, allí la posición de cada uno dependerá de las opiniones. Si alguien quiere decir que los datos de la ciencia son los que hablan de Dios, que lo pruebe.
–La presidenta del país, Cristina Fernández, se reunió hace poco con el cardenal Jorge Bergoglio, ¿qué piensa que puede significar esa reunión?
–La Iglesia, nos guste o no, es uno de los últimos productos derivados de la colonización. Es una estructura que tiene su influencia, sus colegios, sus privilegios... El Código Civil le atribuye todavía a los bienes de la Iglesia el carácter de bien público. Hay un montón de lacras que le dan presencia a la Iglesia como estructura y el presidente de la república tiene que tratar con eso. Hay un fragmento en el Código Civil que habla de la «profesión libre de un culto», pero no habla de la posibilidad de que «no haya» culto. Que el Estado sostenga la religión católica es una injusticia. Los juristas ponen como excusa que como el Estado se quedó con muchos bienes de la Iglesia en el proceso de la Independencia, para resarcirse tuvo que llegarse a esta situación. Pero hoy el asunto no tiene gollete. Es algo que a la Iglesia económicamente lo beneficia poco, y para la juricidad argentina es un escándalo.
La broma le cae bien al siempre afable y respetuoso Triviño, porque sirve de prueba de algo que comienza a generalizarse: la aparición, en especial en Inglaterra y los Estados Unidos, de libros que critican a la religión y que han obtenido una enorme resonancia. Su propio aporte, titulado El ateísmo (editorial Diógenes) será presentado mañana [lunes 1 de diciembre de 2008] a las 20.30, en la Caja de Salud. «Ya no se puede ocultar más la crítica religiosa. Se ha generalizado la conciencia de que no hay explicación posible para lo que aseveran las religiones», anota el pensador.
–Cuénteme sobre su libro El ateísmo, y sobre el subtítulo: «a partir de la sagradas escrituras de las religiones reveladas», que parece acotar estrictamente el enfoque.
–El subtítulo ubica más bien la fuente de la reflexión. Es un libro pequeño, de unas 100 páginas. El primer capítulo es una suerte de breve autobiografía ideológica. Parto de que fui criado en la religión católica, y cómo a través de los años y los estudios adopté esta postura atea. Después comienzo con las críticas a las distintas religiones. Tomo al judaísmo y los textos de la conquista de la Tierra Prometida, donde se pone de manifiesto un Dios terriblemente sanguinario, que manda a matar, a asesinar. Luego al cristianismo: hablo por ejemplo del Dios trinitario, que es terriblemente sanguinario, porque el Padre de la Trinidad admite que su hijo sufra y muera para alabar la majestad de Dios. Y eso que dejo de lado las cruzadas y la Inquisición. Después analizo el tercer paso del monoteísmo, que es el del Corán. Allí analizo duramente, siempre documentado, cómo es un Dios cruel, cómo es el infierno que pinta y promete al pecador. Luego hay un estudio del Popol Vuh, porque nuestros precolombinos tampoco se quedaron atrás en plantear un dios sanguinario y cruel. Sigo con las contradicciones estrafalarias del Hare Krishna y termino con una crítica del mormonismo.
–¿Esto no significa oponer a la existencia de un dios la existencia del mal, como se ha hecho de manera clásica?
–Claro. El tema común a las religiones es encontrar fuera de la realidad concreta, en una entidad espiritual (que se ha inventado), la explicación del mal.
–El libro tiene una dedicatoria muy especial que, seguro, sorprenderá a muchos.
–Se lo dedico a Jorge Contreras (cura párroco mendocino), por una razón sencilla: la amistad. Con él trabajamos juntos en el desierto y la cárcel, más allá de toda diferencia ideológica. Le comenté a él hace dos meses sobre este libro. Y me dijo: «me parece que puede ser un trabajo para la reflexión y el diálogo». Por eso decidí dedicarle este libro antirreligioso y ateo. Estaba en prensa cuando él murió. Pero además a Baruch Spinoza. Él adoptó posturas críticas respecto del pensamiento judío de la época y lo excomulgaron. En El ateísmo cito parte del texto de excomunión.
–¿Cómo se coteja la inexistencia de Dios?
–En el capítulo final, planteo la alternativa «teísmo laico vs. ateísmo». Hago crítica muy rápida a los intentos del «teísmo laico» y planteo el por qué del ateísmo, pensando qué tipo de Dios podríamos concebir racionalmente: el dios deísta no nos sirve de nada, y otro que crea las cosas pero sigue su providencia, y allí aparecen las barbaridades, las catástrofes, muertes, y el concepto biológico esencial al tema del comercio entre las especies, inherente a la vida. Si un Dios creó la vida la creó con esa inherencia. Un Dios que concibe una realidad y es providente, es racional y éticamente inconcebible. Para mí el ateísmo está demostrado. Por los instrumentos racionales, éticos y empíricos, lo único que nos queda por pensar es que no existe Dios. El universo, la materia, la energía, son inherentes a sí mismos. Han tenido su evolución, pero sin ningún elemento extramaterial. Es inconcebible.
–Los libros sobre ateísmo y las críticas a las religiones mayoritarias están viviendo un especial auge, sobre todo desde autores de lengua inglesa. ¿A qué cree se deba esto?
–No lo sé muy bien. En cuanto a mí, no pretendía hacer una «antropología del ateísmo». Que hay predominio inglés está claro, y con mencionar sólo a Bertrand Russell eso está claro. Pero la crítica a las religiones comenzó hace siglos. Por ejemplo, cuando Copérnico propone el heliocentrismo echa por tierra al geocentrismo de Ptolomeo. Eso hablaba de que una afirmación de la Biblia era falsa, nada menos. Las creencias religiosas, en especial de la tradición judeo cristiana, se empeñaron a dar explicaciones disparatadas para tratar de compatibilizar ese «error cometido por Dios». Pero el golpe de gracia fue la teoría de la evolución. Por algo el papa Juan Pablo II tuvo que reconocer que el cuerpo humano proviene por evolución de animales, pero en algún momento Dios «puso un alma». Sin embargo, eso es como querer unir el agua con el aceite. Ése para mí fue el gran reconocimiento de que la explicación científica era superior a la explicación religiosa. Por eso últimamente han surgido todos estos temas: ya no se puede ocultar más la crítica religiosa. No se trata de un Voltaire suelto, ni un Spinoza. Actualmente es una conciencia generalizada de que no hay explicación religiosa posible.
–¿Cómo definiría su propio ateísmo y cuándo empezó a reconocerse como ateo?
–Lo señalo en las primeras páginas. Aunque fue un proceso que me resulta muy difícil de narrar. La cosa empezó como una actitud de escepticismo, que es la posición más «livianita». Después vino endurecida por un agnosticismo. Hasta que llegué después de fuertes análisis a la decisión de que no hay nada fuera de la realidad material. Ahí vino entonces el ateísmo. En mi caso fue un proceso paulatino.
–¿A qué se «enfrenta» especialmente un ateo argentino?
–A las estructuras eclesiásticas, sin dudas. Recuerdo cuando apareció La puta de Babilonia [de Fernando Vallejo], una revista muy leída hizo un comentario muy breve que finalizaba diciendo: «creyentes, abstenerse». Me parece que el subsconciente le decía que los creyentes iban a reaccionar de manera negativa. No hace mucho, Dawkins dijo que a medida que la ciencia avanza, queda menos espacio para el concepto de Dios. Un obispo de Mendoza, Sergio Buenanueva (obispo auxiliar), dijo que el pensamiento científico permite o no a Dios sólo desde el punto de vista que se adopte. Para mí eso no era correcto: los hechos hablan de que no hay Dios.
–Aquí sin embargo debo romper una lanza a favor de Buenanueva, porque a pesar de todo hay varios científicos de gran calibre y que también son religiosos...
–Sí, claro. Que cada científico adopte la posición que se le ocurra, pero cuando se van poniendo de manifiesto los hechos, allí la posición de cada uno dependerá de las opiniones. Si alguien quiere decir que los datos de la ciencia son los que hablan de Dios, que lo pruebe.
–La presidenta del país, Cristina Fernández, se reunió hace poco con el cardenal Jorge Bergoglio, ¿qué piensa que puede significar esa reunión?
–La Iglesia, nos guste o no, es uno de los últimos productos derivados de la colonización. Es una estructura que tiene su influencia, sus colegios, sus privilegios... El Código Civil le atribuye todavía a los bienes de la Iglesia el carácter de bien público. Hay un montón de lacras que le dan presencia a la Iglesia como estructura y el presidente de la república tiene que tratar con eso. Hay un fragmento en el Código Civil que habla de la «profesión libre de un culto», pero no habla de la posibilidad de que «no haya» culto. Que el Estado sostenga la religión católica es una injusticia. Los juristas ponen como excusa que como el Estado se quedó con muchos bienes de la Iglesia en el proceso de la Independencia, para resarcirse tuvo que llegarse a esta situación. Pero hoy el asunto no tiene gollete. Es algo que a la Iglesia económicamente lo beneficia poco, y para la juricidad argentina es un escándalo.
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