El resurgimiento del fundamentalismo islámico en el Medio Oriente y en países asiáticos con teocracias capaces de movilizar a amplios sectores populares, actualizó el tema del fin del «desencantamiento del mundo» y del regreso de las religiones.
Sin embargo, en occidente estos sucesos adquieren un carácter contradictorio, si bien se observa desde finales del siglo pasado y comienzos del actual una revalorización de la religión tan devaluada en tiempos anteriores, a la vez, se notan signos opuestos de debilitamiento. En el catolicismo, las vocaciones sacerdotales son cada día más escasas, disminuyen la asistencia a misa y los matrimonios por Iglesia, y casi ha desaparecido la confesión. Los dogmas contra la disolución del matrimonio, la anticoncepción, el aborto, la libertad sexual no son acatados ni siquiera por los mismos creyentes; nunca la religión incidió menos en la vida cotidiana del hombre común.
Las exequias del Papa Wojtyla fueron un suceso mediático multitudinario pero no menos al fin que las de Lady D. Como decía César Magris la Iglesia puede colmar las plazas pero no llenar los templos. Los medios de comunicación masiva han transformado la religión en un espectáculo, a su vez algunos grupos políticos la usan a favor de sus propios intereses y ciertos intelectuales versátiles que, hasta hace poco la desdeñaban, ahora la alaban,
Uno de los últimos debates que agitaron los círculos de la intelectualidad europea fue el sostenido entre Jürgen Habermas y el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais. Esta polémica fue precedida por otra más curiosa entre Flores d’Arcais y el entonces todavía cardenal y prefecto de la Inquisición, Joseph Ratzinger moderados por un judio (¿Dios existe? Diálogo sobre la fe, el saber y el ateismo). A este debate debe agregarse la obra teórica y la militancia del teólogo y filósofo católico Hans Kung que, desde hace años, viene bregando por una profunda reforma modernizadora de la Iglesia.
No siempre el debate religioso se da en ese nivel, algunos académicos caen en posiciones tan artificiosas como la de Gianni Vattimo al intentar la amalgama de Nietzsche y el cristianismo, otros más frívolos adecuan el espiritualismo oriental al gusto californiano.
Es curioso asimismo que un pensador como Carl Schmitt que reivindicaba las más retrógradas tradiciones del catolicismo contrareformista –Donoso Cortés– es hoy rescatado igualmente por el conservadurismo y por el progresismo neopopulista.
Más significativo aún es la influencia del fundamentalismo evangélico en la derecha del partido republicano estadounidense. Es sabido que buena parte de los electores de George W. Busch lo fueron por sus posiciones religiosas opuestas al aborto y a la homosexualidad. Esta incidencia de la fe en la política no forma, sin embargo, parte de la tradición estadounidense. A diferencia de los países hispanoamericanos de origen católico, la religión se mantuvo separada del Estado desde el orígen mismo de su constitución como nación tal como lo muestra la Declaración de derechos de 1776, donde por primera vez en la historia se garantizaba «el respeto recíproco de la libertad religiosa de los demás». Los protestantes evolucionaron antes que los católicos porque en la Reforma, con la libertad de interpretación de La Biblia, estaba el gérmen mismo de la secularización.
En la actualidad, en el corazón de occidente han surgido no sólo movimientos religiosos, sino también filosóficos y hasta estéticos contrarios a la racionalidad, la modernidad, el progreso científico y la democracia que constituyeron su paradigma desde la Ilustración. Samuel Huntington se equivocaba cuando hablaba de «choque de civilizaciones» porque el conflicto no se da tan sólo entre occidente y oriente, sino en el mismo occidente.
Habermas, en el debate al que nos referimos habla del surgimiento de un «pensamiento posmetafísico» como fundamento de una «sociedad posecular» que no implica un retorno a una sociedad presecular y premoderna sino la neutralidad y abstención del Estado democrático con respecto a las visiones del mundo, filosóficas o religiosas. Esta posición fue la defendida, contra la presión de las religiones, en la redacción de la Constitución de la Unión Europea que decidió abstenerse de mencionar a Dios, pues eso hubiera sido excluir a agnósticos y ateos.
El regreso de las religiones en el mundo occidental se diferencia todavía del fundamentalismo musulmán. Salvo las extravagancias academicistas y las minorías de integristas católicos, fundamentalistas evangélicos o de ortodoxos judíos, las religiones antiguas han aceptado vivir en sociedades seculares. Las últimas expresiones de «naciones católicas» terminaron con el fin de las dictaduras española y portuguesa en Europa y las dictaduras militares en América latina. Tardíamente, la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II en 1965, aceptó la democracia y el liberalismo, satanizados hasta entonces. Luego de siglos de luchar vanamente contra el avance de la modernidad, el Vaticano –aunque todavía tiene pendiente la firma de la declaración de ls derechos humanos del Consejo de Europa– ha tenido la inteligencia de adecuar sus doctrinas de origen premoderno a los descubrimientos de las ciencias, a convivir con otras religiones y con los no creyentes y respetar la secularización del Estado de derecho y la Sociedad civil para poder sobrevivir en el mundo moderno. El hecho de que Ratzinger, que luego fuera un Papa tan conservador como Benedicto XVI aceptara un debate público con un filósofo ateo, con la moderación de un judío, muestra que la Iglesia se ha resignado, aunque a disgusto, a vivir en una sociedad secularizada. No nos imaginamos, en cambio, un diálogo similar entre un ayhatolah y Salman Rushdie discutiendo sobre la existencia de Alá; la conversación se redujo allí a una orden de asesinato. El Islam, salvo algunos pocos países y aun en estos no en su totalidad, está lejos de esa transformación secularizadora y modernizadora que con vacilaciones, emprendieron las otras dos religiones antiguas, monoteístas y de igual origen abrahámico.
Sólo un Estado democrático es capaz de reconocer el conflicto inconciliable entre creyentes y no creyentes y entre creyentes de distintas religiones y, a la vez, impedir que ese conflicto devenga guerra ideológica. La modernización y la democracia dejarán de ser para los orientales, una intromisión imperialista de occidente, sólo cuando se decidan emprender por sí mismos, el proceso de secularización, y transformen la teocracia en un estado laico.
Esas transformaciones no serán fáciles de lograr cuando algunos sectores de la intelectualidad occidental, los posmodernos, pretenden relativizar la tradición universalista de los valores democráticos reduciéndolos a mera particularidad occidental y justifiquen, sin quererlo, en nombre del multiculturalismo, desigualdades y opresiones que no aceptarían en su propio país, por el mero hecho de constituir parte del ritual religioso y la identidad cultural de otros pueblos.
Sin embargo, en occidente estos sucesos adquieren un carácter contradictorio, si bien se observa desde finales del siglo pasado y comienzos del actual una revalorización de la religión tan devaluada en tiempos anteriores, a la vez, se notan signos opuestos de debilitamiento. En el catolicismo, las vocaciones sacerdotales son cada día más escasas, disminuyen la asistencia a misa y los matrimonios por Iglesia, y casi ha desaparecido la confesión. Los dogmas contra la disolución del matrimonio, la anticoncepción, el aborto, la libertad sexual no son acatados ni siquiera por los mismos creyentes; nunca la religión incidió menos en la vida cotidiana del hombre común.
Las exequias del Papa Wojtyla fueron un suceso mediático multitudinario pero no menos al fin que las de Lady D. Como decía César Magris la Iglesia puede colmar las plazas pero no llenar los templos. Los medios de comunicación masiva han transformado la religión en un espectáculo, a su vez algunos grupos políticos la usan a favor de sus propios intereses y ciertos intelectuales versátiles que, hasta hace poco la desdeñaban, ahora la alaban,
Uno de los últimos debates que agitaron los círculos de la intelectualidad europea fue el sostenido entre Jürgen Habermas y el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais. Esta polémica fue precedida por otra más curiosa entre Flores d’Arcais y el entonces todavía cardenal y prefecto de la Inquisición, Joseph Ratzinger moderados por un judio (¿Dios existe? Diálogo sobre la fe, el saber y el ateismo). A este debate debe agregarse la obra teórica y la militancia del teólogo y filósofo católico Hans Kung que, desde hace años, viene bregando por una profunda reforma modernizadora de la Iglesia.
No siempre el debate religioso se da en ese nivel, algunos académicos caen en posiciones tan artificiosas como la de Gianni Vattimo al intentar la amalgama de Nietzsche y el cristianismo, otros más frívolos adecuan el espiritualismo oriental al gusto californiano.
Es curioso asimismo que un pensador como Carl Schmitt que reivindicaba las más retrógradas tradiciones del catolicismo contrareformista –Donoso Cortés– es hoy rescatado igualmente por el conservadurismo y por el progresismo neopopulista.
Más significativo aún es la influencia del fundamentalismo evangélico en la derecha del partido republicano estadounidense. Es sabido que buena parte de los electores de George W. Busch lo fueron por sus posiciones religiosas opuestas al aborto y a la homosexualidad. Esta incidencia de la fe en la política no forma, sin embargo, parte de la tradición estadounidense. A diferencia de los países hispanoamericanos de origen católico, la religión se mantuvo separada del Estado desde el orígen mismo de su constitución como nación tal como lo muestra la Declaración de derechos de 1776, donde por primera vez en la historia se garantizaba «el respeto recíproco de la libertad religiosa de los demás». Los protestantes evolucionaron antes que los católicos porque en la Reforma, con la libertad de interpretación de La Biblia, estaba el gérmen mismo de la secularización.
En la actualidad, en el corazón de occidente han surgido no sólo movimientos religiosos, sino también filosóficos y hasta estéticos contrarios a la racionalidad, la modernidad, el progreso científico y la democracia que constituyeron su paradigma desde la Ilustración. Samuel Huntington se equivocaba cuando hablaba de «choque de civilizaciones» porque el conflicto no se da tan sólo entre occidente y oriente, sino en el mismo occidente.
Habermas, en el debate al que nos referimos habla del surgimiento de un «pensamiento posmetafísico» como fundamento de una «sociedad posecular» que no implica un retorno a una sociedad presecular y premoderna sino la neutralidad y abstención del Estado democrático con respecto a las visiones del mundo, filosóficas o religiosas. Esta posición fue la defendida, contra la presión de las religiones, en la redacción de la Constitución de la Unión Europea que decidió abstenerse de mencionar a Dios, pues eso hubiera sido excluir a agnósticos y ateos.
El regreso de las religiones en el mundo occidental se diferencia todavía del fundamentalismo musulmán. Salvo las extravagancias academicistas y las minorías de integristas católicos, fundamentalistas evangélicos o de ortodoxos judíos, las religiones antiguas han aceptado vivir en sociedades seculares. Las últimas expresiones de «naciones católicas» terminaron con el fin de las dictaduras española y portuguesa en Europa y las dictaduras militares en América latina. Tardíamente, la Iglesia Católica con el Concilio Vaticano II en 1965, aceptó la democracia y el liberalismo, satanizados hasta entonces. Luego de siglos de luchar vanamente contra el avance de la modernidad, el Vaticano –aunque todavía tiene pendiente la firma de la declaración de ls derechos humanos del Consejo de Europa– ha tenido la inteligencia de adecuar sus doctrinas de origen premoderno a los descubrimientos de las ciencias, a convivir con otras religiones y con los no creyentes y respetar la secularización del Estado de derecho y la Sociedad civil para poder sobrevivir en el mundo moderno. El hecho de que Ratzinger, que luego fuera un Papa tan conservador como Benedicto XVI aceptara un debate público con un filósofo ateo, con la moderación de un judío, muestra que la Iglesia se ha resignado, aunque a disgusto, a vivir en una sociedad secularizada. No nos imaginamos, en cambio, un diálogo similar entre un ayhatolah y Salman Rushdie discutiendo sobre la existencia de Alá; la conversación se redujo allí a una orden de asesinato. El Islam, salvo algunos pocos países y aun en estos no en su totalidad, está lejos de esa transformación secularizadora y modernizadora que con vacilaciones, emprendieron las otras dos religiones antiguas, monoteístas y de igual origen abrahámico.
Sólo un Estado democrático es capaz de reconocer el conflicto inconciliable entre creyentes y no creyentes y entre creyentes de distintas religiones y, a la vez, impedir que ese conflicto devenga guerra ideológica. La modernización y la democracia dejarán de ser para los orientales, una intromisión imperialista de occidente, sólo cuando se decidan emprender por sí mismos, el proceso de secularización, y transformen la teocracia en un estado laico.
Esas transformaciones no serán fáciles de lograr cuando algunos sectores de la intelectualidad occidental, los posmodernos, pretenden relativizar la tradición universalista de los valores democráticos reduciéndolos a mera particularidad occidental y justifiquen, sin quererlo, en nombre del multiculturalismo, desigualdades y opresiones que no aceptarían en su propio país, por el mero hecho de constituir parte del ritual religioso y la identidad cultural de otros pueblos.
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