domingo, 11 de enero de 2009

LA TORTURA MORAL

Existe una perversión innata en todas las religiones, la que se manifiesta principalmente en sus dogmas morales. Los dogmas son artículos de fe, es decir, conceptos absolutos e indiscutibles. Discutir un dogma significa caer en la herejía y, por lo tanto, convertirse en enemigo. Estos dogmas han sido elaborados cuidadosamente con el único fin de colocar a las personas en una condición de inestabilidad y, por lo tanto, hacerlos dependientes de los sabios consejos de sus pastores. El hecho mismo de denominarse a sí mismo los sacerdotes como pastores involucra un insulto falaz, pues eso nos convierte a todos los demás en un rebaño de borregos.
Una de las mas perniciosas falacias de la moral religiosa -específicamente la católica- ha recaído sobre la sexualidad. La secta católica que obtuvo el beneplácito imperial en el concilio de Nicea, excluyó radicalmente a todas las demás agrupaciones cristianas de entonces, considerándolas heréticas e iniciando su despiadada persecución que duró varios siglos. Ahora bien; esta secta católica se fundamentaba principalmente en el pensamiento de San Pablo y, posteriormente, en San Agustín. Ambos individuos sufrían un grave problema de neurosis como lo demuestran sus opiniones extremadamente agresivas, excluyentes y radicales.

San Pablo dice textualmente. "...bueno le sería al hombre no tocar mujer" (Corintios I, 7, 1) . "Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia..." (Gálatas 5, 19). Es decir, no existe una separación entre el objeto y la intención, sino que el objeto lo es todo. Sin embargo, tolera el matrimonio y pide al casado no se separe y si se separa, que no vuelva a casarse. Al soltero recomienda seguir así. Pero lo más notable en sus epístolas es la carencia casi total de expresiones relativas a la familia, salvo algunas menciones menores respecto a los deberes entre padres e hijos.

San Agustín sufrió de graves trastornos psicológicos derivados de su excesivo erotismo. Sus invectivas contra las mujeres demuestran un grado de neurosis bastante notable. Sus opiniones respecto de la sexualidad son motivadas por una aversión derivada de la forma maliciosa en que le veía.

Aún así, la castidad sacerdotal no logró imponerse hasta varios siglos después, lo que provocó serios conflictos puesto que la mayoría de los sacerdotes habían formado hogar y familia.

Durante la Edad Media, era en que predominó en Europa el poderío de la Iglesia Católica, la mujer sufrió las más viles persecuciones. Los sacerdotes podían abusar sexualmente de las mujeres, pues luego bastaba con acusarlas de "haber usado hechicería en su contra" para seducirlos, para que la pobre terminara en la cima de una pira ardiente y el culpable, previa confesión y arrepentimiento, volviera al estado de gracia. No por nada, durante aquella época, la mujer era denominada Janua Diáboli, es decir, la entrada al infierno.

Largo y tedioso sería enumerar la interminable lista de disposiciones emanadas de la Iglesia principal y de sus obispados referentes a la práctica sexual. El sexo era tolerado en el matrimonio, pero solo con la finalidad de procrear, idea que permanece hasta nuestros días, puesto que el último catecismo establece con claridad que el matrimonio tiene por función "santificar las funciones biológicas del sexo".

Pero el asunto es algo más profundo y serio de todo lo anterior que podría revestir un carácter mas bien anecdótico. El problema principal deriva del macillamiento permanente y sistemático de la sexualidad, lo que tiene un propósito bien claro y preciso, cuya depravación resulta asombrosa.

La sexualidad es innata al ser humano, más allá de las normas morales o naturales que deban fijarse para su ordenamiento. El sexo forma parte de la naturaleza humana, tal como los demás instintos: superación, protección, etc. Es decir, constituye elemento estructural de la condición humana y por lo tanto, no puede ser conculcado sin perjudicar dicha estructura natural. Pues bien; la finalidad por la cual se impusó un concepto malicioso en la sexualidad es de orden político. Recordemos que todos nacemos bajo el estigma del Pecado Original que debe ser lavado con el bautismo. ¿Quién cometió ese pecado original? Adán y Eva, dos personajes cuya existencia real es más que dudosa.

¿Cuál fue ese pecado? Haber dudado de la palabra de Dios. Pero, ¿no es la duda la principal fuente de superación intelectual? Ahora bien, ¿cuál fue una de las primeras reacciones de Adán y Eva al perder el estado de gracia? Avergonzarse de ver su cuerpos desnudos.

¿Por qué digo que dichos conceptos tienen un propósito político? Porque en la medida que confundo logró, con mayor facilidad, la dominación. Cuando le digo al ser humano que su sexualidad -natural por excelencia- en realidad la ha recibido como una forma de ponerle a prueba, provoco una confusión maliciosa. El concepto de "tentación" obstruye cualquier posibilidad de pensamiento sano. La disyuntiva es entonces pecar o no pecar. Si se peca, el arrepentimiento salva, pero ese arrepentimiento debe ser dirigido a una autoridad moral, obviamente la Iglesia. Si no se peca, el acercamiento a esa autoridad reviste características de ocultamiento de la realidad propia, negación de sus facultades. Como no podemos renegar de nuestra naturaleza, la única solución que queda es acallarla, por lo que el aceptar a rajatabla los dogmas es fundamental para colocar un muro entre mi naturaleza y la supuesta salvación de mi alma.

Sin duda que existe en todo esto algo sumamente torcido. Estas ideas no podían provenir de una mente sana, sino de un ser depravado por las neurosis. Por lo demás, jamás Cristo habló en contra del sexo sino que, por el contrario, defendió a la adúltera y protegió a la prostituta. La virginidad de María, uno de los principales dogmas de la Iglesia, no está demostrada. Solo Mateo y Marcos hacen referencia respecto a su posible embarazo producido por el Espíritu Santo. Ni Lucas ni Juan lo mencionan, cosa notable considerando que se trataría de un fenómeno jamás producido en toda la historia humana.

Pero lo que nos importa a nosotros, más allá de las incongruencias evangélicas, tiene relación con, precisamente, aquel concepto funesto que se ha dado en llamar "concebir sin pecar", es decir, partir de la premisa maliciosa del pecado sexual, dándole una connotación negativa.

Más adelante, en toda la historia religiosa, encontramos multitud de ejemplos de hombres "santos" que vivían en pureza, es decir, no practicaban el sexo. La mayoría de las acciones más dramáticas que encontramos en la Biblia están, por lo general, relacionadas con la sexualidad, como el Diluvio Universal y la destrucción de Sodoma y Gomorra, la pecadora Babilonia, etc. Notable es que, en algunos casos, el pecado es perdonado cuando se comete "en nombre de Dios", como el caso de Judith que seduce a Holofernes para después cortarle la cabeza.

Prácticamente todos los instintos naturales fueron mancillados por la religión. De esta forma colocaban un abismo entre el hombre real y el "cordero" que la Iglesia requería para cimentar su predominio. Generaban así, por medio de un dogma moral, la dependencia absoluta de los ignorantes. Y cualquier persona libre de prejuicios que desea comprobarlo, no tiene mas que leer cualquier libro escrito por religiosos para descubrir la malicia implícita y explícita que desbordan sus páginas.

Obviamente, una sociedad no puede sobrevivir a una restricción tan estúpida, pues atenta contra su naturaleza esencial. Por tal motivo, el concepto de pecado ha sido fundamental en el establecimiento del predominio de las religiones. Pero las ideas cambian. Actualmente podemos discutir todas aquellas atrocidades. Anteriormente los disidentes (herejes) eran destruidos sistemáticamente. Debemos aclarar aquí que la palabra hereje deriva del griego airesía que significa "objeto de estudio independiente". Hoy, en que las instituciones han perdido su poder aniquilador y en que los dogmas mismos han disipado su influencia, podemos ver un atisbo de esperanza en el desarrollo moral e intelectual de la humanidad.

Documento realizado por: Santiago Marín Arrieta

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