En los comienzos de la humanidad, lo que significa, en tiempo, algo impreciso, el ser humano apenas si se distingue de la naturaleza viviente: es un fenómeno más en forma viviente pero inconsciente en forma predominante. El humano no tiene consciencia de su propia existencia, en consecuencia no puede tener consciencia del otro. La lucha es por la sobrevivencia en la misma tónica del resto de animales a los que podemos denominar como lo irracional viviente. Sin embargo, el humano vive en grupo y aunque otros animales viven en similar forma, la gesticulación es diferente en el humano. En este estado primitivo no puede existir creencias en seres superiores por cuanto no hay consciencia de una existencialidad diferente al entorno humano. Con el transcurrir de la práctica en la sobrevivencia, el humano va desarrollando formas de sometimiento de la naturaleza a sus necesidades y logra, en ese sobrevivir, elevar su capacidad racional a grados de importancia como es el uso de instrumentos que se convierten en prolongación de sus miembros. El razonar inicia un proceso que lo va separando, idealmente, de la naturaleza que le rodea; piensa que es diferente y que, como diferente que es, debe haber algo superior del cual depende su sobrevivencia, sobrevivencia que antes era apenas perceptible a sus sentidos.
Surge, entonces, el animismo; todo fenómeno inexplicable para su aún débil racionalidad, es convertido en ser viviente pero no visible o accesible a los sentidos; el animismo tiene carácter natural por cuanto es el fenómeno natural el que se convierte en objeto de admiración o culto por los primeros humanos. El animismo no se encuentra aún dentro de los fenómenos "espiritualistas" que van a aparecer posteriormente. El fenómeno natural es objeto de culto por su inexplicabilidad y por la fuerza social con la cual se presente ante los humanos que no lo pueden entender: el temor es el fundamento de la admiración o reverencia al fenómeno natural: el volcán amenaza la vida de los moradores de sus alrededores, el rayo y el trueno en la tempestad amenaza la vida y la integridad de los vivientes. Además, esos fenómenos perjudican los medios de subsistencia también. Todo amenaza la sobrevivencia y es necesario emplear algún medio para impedirlo; ese medio no puede ser otro que la invocación al mismo fenómeno; por cuanto no se puede percibir, se le imagina como fuerza invisible para el humano, pero que determina el existir de éste. El culto es la invocación a la clemencia. Si definimos como "teismo" al fenómeno de la creencia en seres superiores, el animismo es un teismo natural y, en ese sentido, un ateismo espontáneo; los primitivos consideraban como seres superiores a los fenómenos de la naturaleza que no podían explicarse y que amenazaban su sobrevivencia; no era que creyeran en seres superiores por fuera de la naturaleza, sino que consideraban a la misma naturaleza como superior a ellos; por ello, los primeros humanos fueron realmente ateos. En la medida en que la humanidad evoluciona, también evoluciona el concepto teista y, a la par, el concepto ateista; el fenómeno teista es el efecto del desarrollo de la humanidad como generalidad y del individuo como particularidad. El ateismo va de la mano por cuanto hay individuos que consideran natural todo lo que sucede. Cada individuo, posee un teismo en diferente forma, es decir, de acuerdo con la particularidad de cada uno de ellos, mientras que en lo general se expresa a través de individuos especiales, los encargados del culto al fenómeno que encarna el teismo. El ateismo sigue siendo algo muy interno en la individualidad, no llega a generalizarse porque aparecen otas circunstancias sociales que no lo permiten. Ahora bien, si consideramos que la mayor parte del grupo humano hubiese sido animista, no es posible que todos tuviesen el temor al fenómeno que engendra el animismo; podemos considerar que hubiese individuos que no tuviesen temor alguno al fenómeno natural; quienes hubiesen sido indiferentes al mismo o rechazasen el temor al fenómeno natural, pueden ser considerados como no animistas, como no teistas. Estos eran los ateos de ese entonces; no creían que la fuerza del fenómeno tuviese poder de intimidación y que no era necesario su invocación para evitar sus efectos. Pero este pensar era, también, natural, como lo era el pensar animista. Era una expresión del pensar natural.
Es cuando se forman las castas sociales cuando el teismo o animismo adquiere realidad social, se establece como manifestación de conducta humana. Y las castas toman forma cuando se establece la propiedad privada como agente de poder económico, político, ideológico y cultural. El teismo asume, entonces, "institucionalidad social"; quien o quienes toman la dirección del grupo humano, llámese "gens", Tribu, Comunidad, etc., se presentan como "intermediarios" primero, de esas manifestaciones naturales que infunden temor y miedo y luego como "defensores" del conglomerado humano amenazado por otros conglomerados humanos que disputan su territorio y los objetos de su propiedad. De ahí que primero sea el gran padre, el cacique, el brujo, el sacerdote, y luego el guerrero, aunque todos ellos formen ya una casta que domina al grupo, sea este primitivo o ya desarrollado. La evolución de las creencias toma fuerza a partir de ese momento y el culto a los seres invisibles ya sean naturales o creados por esos personajes o castas, se convierte en una conducta social que aún sobrevive. En el proceso de desarrollo de la sociedad y de sus diversos pueblos se van configurando los diversos cultos y van adquiriendo naturaleza ideológica de profunda raigambre dentro del conjunto social determinando la conducta general y la conducta individual de quienes lo conforman. El teismo es una conducta individual como parte de una conducta social de carácter general.
Mientras se desarrolla el teismo, a su lado pero en forma imperceptible, se desarrolla, también el ateismo. Teismo y ateismo son una unidad ideológica dentro del conjunto humano y dentro de cada unidad social en él. El teismo es el aspecto dominante y el ateismo es el aspecto dominado. El uno no puede subsistir sin el otro, es como lo negativo y lo positivo de un fenómeno cultural humano. Como herencia cultural, el teismo es algo consustancial al ser humano, como el ateismo también lo es; la diferencia se encuentra en la predominancia del primero sobre el segundo; mientras el teismo no necesita reflexión ya que se impone como institucionalidad ideológica, el ateismo exige la reflexión; quien se detiene a pensar si el teismo, si las creencias en fenómenos no perceptibles son posibles de existir, si podrá haber manifestaciones no materiales, éste ya reflexiona, piensa en términos de racionalidad. Este es el ateo y esta clase de individuos siempre los ha habido dentro de cada grado de desarrollo del ser humano y correspondiente al mismo. Entonces, el ateismo es ya una forma de contradicción a lo dominante, a lo dominante como pensar, a lo dominante como poder humano sobre la existencia humana, a lo dominante como fuerza ya sea natural o social; el ateo, el no creyente, es ya un "rebelde", pero no es cualquier clase de rebelde: se rebela contra todo lo que signifique poder y esto amenaza la estructura misma del grupo social. De ahí que en todas las épocas, sean ellos los que representan mayor peligro para la institucionalidad. Sin embargo, por su insignificancia, por su debilidad, como fuerza social, no son peligrosos; tampoco representan una fuerza importante porque no se han organizado. En efecto, por cuanto el no creer en seres no materiales no implica en forma directa atacar a las fuerzas sociales dominantes, éstas no tienen por qué temerle a los no creyentes, simplemente nos denuncian como algo que puede ser directamente castigado por esos seres en los cuales ellos creen. Los ateos irán a los lugares de castigo de los dioses. Allí se reunirán con quienes violan las normas de conducta social de mayor importancia, conducta que se enmarca en lo que se conoce como la moral o la ética social.
Como ser ateo es más grave que ser rebelde social, a los rebeldes sociales se les califica como ateos; en esa forma su estigmatización se hace más fuerte. Las castas dominantes en el poder económico, social y político, arremeten contra sus opositores con toda clase de acusaciones, pero la de mayor peso es la del ateismo. Dígalo el caso de Sócrates a quien se acusa, falsamente, de incitar a desconocer a los dioses griegos, cuando él mismo se presenta con afirmaciones sobre el acatamiento a los mismos. Sócrates no es un ateo, Sócrates es un polemista sobre las costumbres de su pueblo y de sus gobernantes. Platón pone en labios de Sócrates, en su juicio, estas palabras: "Por consiguiente, puesto que yo creo en los demonios, según tu misma confesión ( lo dicho por Melito en el juicio contra Sócrates-U.C), y que los demonios son dioses, he aquí la prueba de lo que yo decía, de que tú nos proponías enigmas para divertirte a mis expensas, diciendo que no creo en los dioses, puesto que creo en los demonios. Y si los demonios son hijos de los dioses, hijos bastardos, si se quiere; puesto que se dice que han sido habidos de ninfas o de otros seres mortales, ¿quién es el hombre que pueda creer que hay hijos de dioses, y que no hay dioses?. Esto es tan absurdo como creer que hay mulos nacidos de caballos y asnos, y que no caballos ni asnos. Así, Melito, no puede ser menos de que hayas intentado esta acusación contra mí por solo probarme, y a falta de pretexto legítimo, por arrastrarme ante el Tribunal; porque a nadie que tenga sentido común puedes persuadir jamás de que el hombre que cree que hay cosas concernientes a los dioses y a los demonios pueda creer, sin embargo, que no hay demonios ni dioses, ni héroes; esto es absolutamente imposible. Pero no tengo necesidad de extenderme más en mi defensa, atenienses, y lo que acabo de decir basta para hacer ver que no soy culpable y que la acusación de Melito carece de fundamento..." ( Platón- Obras).
Sin embargo, Sócrates cuestionaba el régimen político y por ello es catalogado de ateo. En esa misma dirección se seguirá acusando de ateos a todos aquellos que cuestionen cualquier institucionalidad dominante, haciendo creer que todo rebelde es ateo. No todo rebelde es ateo, pero todo ateo sí es rebelde. Y es el mejor rebelde porque cuestiona directamente la esencia de la ideología espiritualista que viene dominando la historia humana. Si el dominio de las castas se afirma sobre una legitimidad teocrática, el desconocimiento o cuestionamiento de la existencia de dioses es una posición que amenaza grevemente su dominio. Si no hay dioses no puede haber legitimidad política, el dominio económico tampoco tiene derecho a su existencia. La naturaleza es de todos y todos somos parte de la naturaleza; nadie tiene derecho a apropiársela para imponer su poder a los demás. Todo se va al piso dentro de este razonamiento. Los padres perderían el derecho que alegan sobre sus hijos y éstos se verían libres de la obediencia exigida, así como les es exigida, basada en las normas dominantes en las que los dioses son la suprema autoridad, y la autoridad del Estado, las iglesias y los padres de familia son delegaciones de la primera. El desbarajuste social sería total; el miedo a los ateos se generaliza porque los poderes dominantes se ven en peligro; como la ideología dominante es la de esas castas, el grueso de la población se ve ante la posibilidad de perder su protección y también se vuelca contra los ateos. La mayor parte del conjunto social sobrevive bajo la reverencia al poder, bajo la tutela de los poderosos, bajo el dominio de los Estados a los cuales pide y de los cuales recibe parte de su subsistencia ya sea material, social, política, cultural etc.
Profundas consecuencias conlleva el ateismo para la estabilidad de la institucionalidad económica, política, cultural de las sociedades humanas. Sin embrgo, en la realidad, el ateismo no es peligro alguno porque, como ya se dijo, no es una fuerza social; el ateismo ha sido un fenómeno, hasta ahora, individual. Uno que otro individuo ha alzado su voz o su pensamiento contra la creencia en los espiritual; pero esos individuos, singularidades históricas, no han cuestionado los sistemas sociales, como tales; apenas han denunciado la injusticia, las desigualdades, los privilegios, cuestionado el derecho a gobernar arbitrariamente, etc. Quienes se han organizado para cambiar la sociedad no han sido los ateos sino los políticos. Y los políticos lo hacen en representación de grupos económico-sociales que se enfrentan entre sí, claro que también por la sobrevivencia. Ateos los hay en todos los estratos sociales y en las diversas clases sociales porque ser ateo no significa, necesariamente, representar una clase social o un estrato de clase social determinado. Y porque manifestarse como ateo obedece a diversidad de causas y motivos, no propiamente económico-sociales. La cuestión religiosa ha sido, predominantemente, una cuestión personal aunque con repercusiones sociales de consecuencias diversas que van desde la angustia individual hasta las guerras religiosas. Refiriéndose a la cuestión religiosa, Freud escribió un hermoso artículo titulado "El Malestar en la Cultura" que, con "El Porvenir de una Ilusión" expresan los criterios del psicoanálisis con referencia a las creencias religiosas. En el primero nos dice: "Uno de estos hombres excepcionales se declara en sus cartas amigo mio. Habiéndole enviado yo mi pequeño trabajo que trata de la religión como una ilusión, respondióme que compartía sin reserva mi juicio sobre la religión, pero lamentaba que yo no hubiera concedido su justo valor a la fuente última de la religiosidad. Esta residiria, según su criterio, en un sentimiento particular que jamás habria dejado de percibir, que muchas personas le habrían confirmado y cuya existencia podría suponer en millones de seres humanos; un sentimiento como de algo sin límites ni barreras, en cierto modo "oceánico". Trataríase de una experiencia esencialmente subjetiva no de un artículo de credo; tampoco implicaría seguridad alguna de inmortalidad personal; pero no obstante, esta sería la fuente de la energia religiosa, que captada por las diversas iglesias y sistemas religiosos, es encausada hacia determinados canales y, seguramente, también consumida en ellos. Solo gracias a este sentimiento oceánico podría uno considerarse religioso, aunque se rechazara toda fe y toda ilusión.
Esta declaración de un amigo que venero- quien, por otra parte, también prestó cierta vez expresión poética al encanto de la ilusión- me colocó en no pequeño aprieto, pues yo mismo no logro descubrir en mí ese sentimiento "oceánico". En manera alguna es tarea grata someter los sentimientos al análisis científico: es cierto que se puede intentar la descripción de sus manifestaciones fisiológicas; pero cuando esto no es posible- y me temo que también el sentimiento oceánico se sustraerá a semejante caracterización-, no queda sino atenerse al contenido ideacional que más fácilmente se asocie con dicho sentimiento. Mi amigo, si lo he comprendido correctamente, se refiere a lo mismo que cierto poeta original y harto convencional hace decir a su protagonista, a manera de consuelo ante el suicidio: . Trataríase, pues, de un sentimiento de indisoluble comunión, de inseparable pertenencia a la totalidad del mundo exterior. Debo confesar que para mí esto tiene más bien el carácter de una penetración intelectual, acompañada, naturalmente, de sobretonos afectivos, que por lo demás tampoco faltan en otros actos cognoscitivos de análoga envergadura. En mi propia persona no llegaría a convencerme de la índole primaria de semejante sentimiento; pero no por ello tengo derecho a negar su ocurrencia real en los demás. La cuestión se reduce, pues, a establecer si es interpretado correctamente y si debe ser aceptado como fons et ergo de toda urgencia religiosa" ( Sigmund Freud- Obras completas- tomo III- pag. 1).
Es satisfactorio rememorar a Freud porque, parece que hoy el elemento de mayor peso en la religiosidad de las gentes es de origen psíquico y quién mejor que el ilustre vienés para recordarles ese origen a quienes siguen siendo religiosos. Y es porque el peso abrumador, ese sí "oceánico" del arsenal mercantil de la sociedad en que vivimos, atrapa al individuo y lo aisla de sus congéneres en laberintos tan desolados y desoladores que le obliga a buscar una protección o un consuelo para su miserable condición psíquica. Acaso ¿no vemos en fenómenos tan comunes como el "stress", en la angustia existencial, esa situación de soledad y de "encarcelamiento" que produce la sociedad en que vivimos en la cual cada quien se encuentra, sin quererlo, completamente en medio de inmensas multitudes?.
Bajo el peso de la necesidad, cualquiera que ella sea, el individuo moderno acude a cuanta secta, movimiento o religión se le ofrezca para "liberarlo" de esa angustia. Acogiéndose a cualquiera de ellas se hunde más en los espacios insondables de la sumisión y la entrega de su propio ser creyéndo realizarse como tal. Entrega su esencia a cambio de una falaz promesa bajo una supuesta protección y consuelo en su vida; la ilusión es hecha realidad bajo el manto de la misma ilusión y, en esa forma, su existencialidad se agota irremediablemente en manos de los avivatos que viven de la ignorancia y la miseria intelectual de las inmensas mayorías: los clérigos de todas las religiones habidas y por haber.
Ser ateo, pues, significa en el cuadro de la existencialidad moderna, superar los dos elementos tradicionales sobre los cuales se ha venido sosteniendo el ateismo: la ignorancia y la soledad. La ignorancia ha sido, en buena parte, superada en referencia a la que ha padecido la humanidad en sus cuarenta o cincuenta siglos últimos; sin embargo, la ignorancia sobre la esencia de los fenómenos del Ser sigue siendo predominante en el planeta. En cuanto a la soledad, ella es el mayor problema que enfrenta el humano moderno, especialmente en las grandes urbes del planeta; por ello, nuestra propuesta se plasma en la tesis colectivista. Agrupados, quienes hemos superado el estadio de la ignorancia, podemos hacer frente a las condiciones económico-sociales sobre las cuales también se sustentan algunos elementos, tal vez, los principales del teismo. Pero, al mismo tiempo, el estar unidos y organizados nos permite expresar abiertamente nuestra posición filosófica e ideológica ya que no tendremos necesidad de ocultarla pues no hay quien tome represalias dejándonos sin empleo o aislándonos socialmente. La ignorancia que genera el teismo es algo relativo, esa ignorancia no es en determinadas áreas de la actividad humana, sino ignorancia filosófica materialista dialéctica. Gran parte de la humanidad posee conocimientos en diversidad de áreas de la actividad social; sin embargo, ese conocimiento no puede generar una concepción sobre el fenómeno de las creencias del individuo. El ateismo exige, para que sea real, que se sustente sobre conceptos filosóficos concretos. El ateismo que no posea un fundamento filosófico materialista dialéctico, es un ateismo muy frágil; lo es por cuanto la conducta humana se manifiesta como efecto de causas que, en la mayoría de los casos, ignora el individuo, el sujeto de ella. Es esencial, para saber a qué obedece mi hacer, el que conozca en profundidad los motivos de ese hacer y el mecanismo orgánico propio que lo ejecuta. De lo contrario estaré obedeciendo a las leyes naturales de lo orgánico, y no en forma consciente, cuando conociendo esas leyes actúo en función de un objetivo. De ahí que el conocimiento de nuestro psiquismo sea un instrumento esencial en la comprensión de mi ateismo. De nada me serviría decir que soy ateo si desconozco la causa por la cual lo afirmo. De esa misma manera, en cualquier momento, ante circunstancias hoy desconocidas, puedo llegar a ser teista y profundamente religioso. Ese fenómeno ya lo conocemos en infinidad de casos. La inmesa mayoría de jóvenes rebeldes, muy cultos ellos, muy ilustrados y de sectores sociales elevados, son ateos en esa edad y profundamente religiosos a partir de los cincuenta y más años de vida. Y es en la medida en que se va avecinando la muerte cuando el que se decía ateo deja de serlo para entrar en las incognoscibles, para él, inmensidades de la existencia en donde el temor se convierte en la causa de su religiosidad ilimitada.
El ateismo sentimental o revanchista nada tiene que ver con el ateismo que nosotros estamos expresando y aclarando ante la sociedad. Con el fundamento filosófico materialista dialéctico, a la vez respaldado por el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, el ateismo será firme por siempre ad infinitum y no correremos el peligro de desandar lo andado como pretenden algunos afirmar. Pero no es solamente la ciencia y el conocimiento lo que nos permite ser materialistas dialécticos y, en consecuencia ateos, sino que ello se refuerza mediante nuestra agrupación, nuestra cohesión en forma colectiva de existencia. De ahí que el colectivismo económico consciente que estamos desarrollando sea la mejor garantía de nuestro ateismo. En la misma forma ese colectivismo tiene la garantía de avanzar si quienes lo orientan y dirigen son ateos. Es una relación dialéctica en la cual lo uno es parte de lo otro en la perspectiva de su propia reafirmación material y cultural.
La seguridad en el vivir, la seguridad en el pensar, en el conocimiento, en nuestra relaciones sociales, todo ello forma una estructura sobre la cual no necesitamos dioses ni seres protectores, ni mesías ni redentores. Y es en esta perspectiva en la cual no se puede afirmar que se es ateo si, ya no seres por fuera de nuestra naturaleza sino seres que se encuentra en ella misma pasan a ser objeto de nuestra preocupación; el cambio de los dioses "espirituales" por los dioses "materiales" es otra forma de teismo. El culto al dinero, la deificación del objeto material, cualquiera que sea, es teismo; la reverencia al poderoso, al que tiene dinero o tiene poder económico, social, político o militar, es otra forma de culto que tiene esencia religiosa. La alienación es otra forma de manifestar la esencia religiosa de los humanos, particularmente los individuos de la modernidad y de la posmodernidad, como se le viene llamándo ahora a los últimos tiempos. No es que estemos propugnando por el igualitarismo en lo social, sino que dentro del campo comunitario hemos de manifestarnos respetuosos sí del otro, pero no reverentes al estilo religioso por más autoridad que haya que respetar en quienes tienen las condiciones para atraer nuestras simpatías y respetos; el ateismo debe ser un modo de vida y para poder serlo es necesario no ser esclavo del objeto ni del sujeto. Comprender la esencia de los fenómenos y comprender que todo obedece a leyes, es el primer paso; utilizar ese conocimiento en la perspectiva de elevar el nivel material y cultural de la vida, es el siguiente; entonces, tendremos ya las condiciones para ser verdaderamente libres y quien es libre no puede ser teista. Esta es la realidad de hoy y ella es el resultado de siglos y siglos del existir tanto material como cultural. Del ateismo de los primeros pensadores al nuestro hay la misma distancia que existe entre la ignorancia y el saber, entre las condiciones naturales de existencia y las condiciones modernas en las cuales un acumulado productivo, tanto material como cultural, ha cambiado el pensar. Aquellos pensadores lo fueron en forma natural, nosotros lo somos en condiciones diferentes porque la práctica, la tecnología, la ciencia y el conocimiento nos han dado diversos argumentos en el planteamiento de nuestro pensamiento.
En conclusión, es esencial, para nosotros los que venimos impulsando el debate filosófico, ideológico y político desde los espacios de la Escuela Ideológica, delimitar en forma muy concreta los parámetros dentro de los cuales somos ateos a fin de determinar esa posición ante quienes se vienen proclamando como ateos y ante quienes nos estigmatizan como actores de lo malo, de lo criminal, de lo depravado o de lo simplemente político. Ante los primeros, para aclarar que las bases de nuestro ateismo son de carácter filosófico materialista dialéctico, que por lo mismo es imposible ser ateo sin conocer esa corriente filosófica; ante los segundos y ante la mayor parte de la sociedad, que no somos los actores del mal sino que, por el contrario, somos los más respetuosos del ser humano, los que propugnamos por el mejoramiento material y cultural del conjunto social, los que sostenemos que solo mediante el conocimiento podremos liberarnos de las leyes de la necesidad y, en esa forma llegar a ser realmente libres; la libertad teórica y formal que se viene proclamando desde hace siglos se tornará real en estas condiciones. No estamos abanderando propuestas políticas porque no representamos, como ateos, a sector económico-social alguno; otra cosa es que cada uno de nosotros o algunos en forma organizada puedan encontrarse organizados políticamente; pero esto ya es otra forma de participar en la vida social en la comunidad a la cual pernezcamos. Debemos tener muy claro que, aunque todo se encuentre relacionado, lo filosófico, lo ideológico, lo político, lo cultural, etc., cada manifestación del individuo posee su propia particularidad, sus características especiales y por ello debemos tenerlo en cuenta para definir nuestras posiciones en cada ocasión de nuestras vidas.
Hoy estamos en el debate del ateismo y las demás manifestaciones que podamos expresar serán dejadas como materia de otro análisis; sin embargo, no podemos desprendernos de todo nuestro acervo político y cultural y nuestro análisis del ateismo tendrá siempre algunos elementos de esas manifestaciones de nuestro intelecto. Es una unidad dialéctica y por ello, en esta expresión de nuestro pensar están presentes todos los elementos de nuestra formación.
Extraído de http://usuarios.iponet.es/casinada/30ateism.htm