© Fernando G. Toledo
La primera película estrenada en el Aula Pablo VI del Vaticano no podía ser más que esto: El nacimiento (The Nativity Story), una cinta chata, anodina, de escaso ritmo, vacía de novedades y de una obsecuencia oficialista abrumadora. Hasta el encarnizamiento masoquista de Mel Gibson en su La pasión de Cristo tenía más méritos que esta película, que narra con un tono de evangelio edulcorado la historia contenida en los sinópticos acerca de la anunciación a María de la concepción del Mesías.
La directora Catherine Hardwicke ha realizado una película que tiene algunos de los esquemas de un telefilme. Pequeñas unidades temáticas intercaladas por pausas narrativas, abundancia de planos medios y personajes estereotipados conforman el modesto cóctel de esta cinta protagonizada por Keisha Castle-Hughes (en un papel que no le traerá elogios como el de Jinete de ballenas), Oscar Isaac (en un José que al menos deja entrever algo de sangre) y Ciarán Hinds (como el malo Herodes, sin posibilidad de lucirse).
Si algo aparece como un logro argumental, que la muy cristiana Hardwicke no ha sabido explotar con el carácter suficiente, es la tensión y el escepticismo que aparece entre los familiares y el propio José ante el descubrimiento de que María está embarazada sin que su marido la haya tocado jamás.
Lo demás es propio de las estampitas y lo que caracteriza a las mitologías: un arcángel (¡la única osadía es que su piel es oscura!), la estrella de Belén que ilumina como un reflector el pesebre del niño recién nacido, un trazo pobremente humorístico de los Reyes Magos –se les permiten demasiados minutos para el escaso peso que dan a la historia–, una débil exploración en el contexto político de la época y toda el aura de cuidada condescendencia para con el canon hacen de El nacimiento una película cuya mejor excusa de larga vida será que inundará las clases de catequesis. No por sus logros estéticos, sino por su conformismo y su mediocridad sin altisonancias.
La primera película estrenada en el Aula Pablo VI del Vaticano no podía ser más que esto: El nacimiento (The Nativity Story), una cinta chata, anodina, de escaso ritmo, vacía de novedades y de una obsecuencia oficialista abrumadora. Hasta el encarnizamiento masoquista de Mel Gibson en su La pasión de Cristo tenía más méritos que esta película, que narra con un tono de evangelio edulcorado la historia contenida en los sinópticos acerca de la anunciación a María de la concepción del Mesías.
La directora Catherine Hardwicke ha realizado una película que tiene algunos de los esquemas de un telefilme. Pequeñas unidades temáticas intercaladas por pausas narrativas, abundancia de planos medios y personajes estereotipados conforman el modesto cóctel de esta cinta protagonizada por Keisha Castle-Hughes (en un papel que no le traerá elogios como el de Jinete de ballenas), Oscar Isaac (en un José que al menos deja entrever algo de sangre) y Ciarán Hinds (como el malo Herodes, sin posibilidad de lucirse).
Si algo aparece como un logro argumental, que la muy cristiana Hardwicke no ha sabido explotar con el carácter suficiente, es la tensión y el escepticismo que aparece entre los familiares y el propio José ante el descubrimiento de que María está embarazada sin que su marido la haya tocado jamás.
Lo demás es propio de las estampitas y lo que caracteriza a las mitologías: un arcángel (¡la única osadía es que su piel es oscura!), la estrella de Belén que ilumina como un reflector el pesebre del niño recién nacido, un trazo pobremente humorístico de los Reyes Magos –se les permiten demasiados minutos para el escaso peso que dan a la historia–, una débil exploración en el contexto político de la época y toda el aura de cuidada condescendencia para con el canon hacen de El nacimiento una película cuya mejor excusa de larga vida será que inundará las clases de catequesis. No por sus logros estéticos, sino por su conformismo y su mediocridad sin altisonancias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario